jueves, 4 de agosto de 2011

Del sol y lo estrictamente humano.

    Leo un libro interesantísimo sobre la incorrecta idea de creer que, sólo en los últimos dos o tres siglos, el humano tuvo avances significativos en la ciencia: "No somos los primeros" de Andrew Tomas, que me cedieron sin yo pedirlo, pero que ha sido un acierto de lectura. No sólo cambió y confirmó en varios aspectos mi pensamiento, sino que me abrió paso a ciencias no valoradas, como es la astrología.
    La astrología, basada en lo que dice el libro, no es más que el estudio del efecto de los planetas y estrellas sobre la Tierra y sus habitantes. El sol, la estrella más cercana, por tanto, en términos de energía, tendría mayores efectos que otros cuerpos del espacio sobre nosotros.
    No sé qué tanto se estudiará ahora, escribiré esto sin consultar, pero en el libro mencionan que hechos violentos del pasado han coincidido con explosiones solares. Una búsqueda rápida, incluso, culpa al sol de la extinción de la raza humana programada para dentro de poco.
    A pesar de esto, sigo creyendo, ilusamente, que somos mejores que -con bases científicas o no- unas pocas predicciones astrológicas. Si todo esto (mi mundo sufrido) es culpa del sol, ¿por qué, con nuestra supuesta inteligencia, no somos capaces de revelarnos contra eso y ser amigables?
    Aquí viene la otra parte de mi relato: simplemente porque somos humanos.
    Mucho se ha intentado criminalizar la condición humana, usando palabras incorrectas como "inhumano", "animal", "bestial". No. Somos animales estrictamente, pero ya sea por inteligencia o por estupidez, no podemos estar en el mismo saco. Por respeto a los animales, claro está, por respeto a todo lo que no es humano.
    Los animales tienen el sentido de supervivencia y les basta para llevar su vida de forma decente, utilizando lo justo que necesitan y siendo armónicos con lo que los rodea.
    Los humanos tenemos la razón, que, mediando o no lo divino, es un don incalculable. Pero lo derrochamos. Nuestra idea de avanzar se centra en lo que nos dicen que es mejor -mejor para unos pocos-, mientras nos idiotizamos viendo televisión. Tenemos la capacidad, pero no la voluntad de pensar.
    No hay más. Lo que tenemos es lo que merecemos por ser estrictamente humanos.