miércoles, 25 de octubre de 2017

Gusto.

El gusto no es algo que apresuras. No te tocas el paladar y lo sientes, no te llena fácil, no te envuelve, no te busca. El gusto es la esencia del tiempo, de los años; como el vino, reposa antes de ser bueno, antes de completarse.
No apresuras el gusto, él te encuentra. En los recovecos de tu historia se afirma, se establece y se perpetúa.

Este es de otra fecha, pero lo encontré hoy.

lunes, 23 de octubre de 2017

El tercer intento.

Alguna vez, hace años, escribí sobre la magia de pulsar “siguiente” en el reproductor de música y que la canción que encuentra el programa, entre miles, al azar, sea la que necesitas escuchar. Últimamente me sigue pasando, pero con canciones que escucho en diferentes lugares: mientras viajo en un bus, mientras alguien más escucha música a mi lado, mientras voy por la calle.
En el vacío, las canciones llenan, completan el argumento de la historia que estoy contando: mi historia.
Hoy una canción se repite… esta es la última vez,... ¿la escuchas?
En el mundo, en mi mundo, un parlante gigante toca una y otra vez la misma canción. Sueño que me acompaña, sueño que todos la escuchan. ¿La escuchas?
Sube el volumen y me invade; está presente en todos lados.
A veces, sólo algunas veces, compartir deja de ser privado.
Este fue el tercer intento.
La tercera es la vencida, dicen.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Sobrevalorando los días soleados.

Desde que me vine muy al sur, el sol ha cobrado importancia. Nunca antes. El calor, siempre lo he dicho, me achicharra las neuronas, me quita movimiento, sensación, libertad. El sol es mi antagonista mayor, mi archienemigo más odiado. Pero ahora, que casi no existe, se vuelve muy importante. Como si los días soleados fueran algo adorable. Siguen sin serlo, pero destacan.
No quiero confundir a nadie, ni confundirme: el sol acá no es igual que en todos lados, el calor acá no es igual que en todos lados. Existe, porque sin sol, sin calor, nos congelaríamos, en ocho minutos (alguna vez supe de eso), sin embargo, no es ni por asomo el sol que he sentido en otras regiones. He sentido que quema y, también, he sentido más que en otros lados, que enfría el ambiente. Un día de sol sin calor es común muy al sur, donde vivo.
Pero, entonces, ¿cuál es la importancia de los días soleados? Para mí, he notado, es lo siguiente: el apuro, la urgencia de utilizarlo como un recurso limitado. Como si un día soleado, fuera el último. En realidad, para los que vivimos muy al sur, siento, está esa urgencia. Es verdad, tenemos capacidades que otros lugares no, desde la tierra, que rápidamente absorbe el agua cuando llueve, hasta el poder de no paralizarnos por el frío. Nos adaptamos. Pero un día soleado, ¡un día soleado!, ¿entre cien?, ¿entre doscientos? Genera una expectativa, genera la urgencia.
Pero, como no me gusta depender del destino, lucho contra eso. La urgencia de aprovechar un día soleado, la freno. Porque hay desilusión también y, en eso, desmotivación. Decido que un día soleado es como cualquiera, que no tengo que apresurarme, que nada me obliga a salir. Decido aplicar la rebeldía de vivir en el sur: nuestra rutina no la detiene el frío, la lluvia, ni el sol.

miércoles, 16 de agosto de 2017

Las naranjas son manzanas difíciles de comer.

He pensado sobre las metas que tengo.
A veces resulta difícil seguir adelante sin un objetivo; a veces resulta difícil seguir adelante con un objetivo, que sabemos no se podrá cumplir. Las metas deben ser motivantes, tanto como posibles. Si no, podemos ser esclavos de nuestros sueños y el aterrizaje forzoso provocado por un fracaso puede destruirnos para siempre. Porque, por mucho que sigamos caminando, el dolor provocado, a veces, nunca se desvanece. Hablo desde la impresión sobre otras historias, sin conocimiento de causa, imprudentemente, siendo ignorante del sentimiento, pero no por eso más feliz.
Hay otros riesgos; a fines del año pasado, tuve esta idea en mi mente: “ya tengo lo que quiero”. La sensación de vacío que provoca el cumplimiento de un objetivo, también es un peligro. Habría que armar una cadena (que es algo que más o menos hice este año), en donde nunca te quedes sin metas. Porque la falta de objetivo puede ser tan destructiva, como el fracaso de uno.
Finalmente, tal vez lo más importante: “si quieres lograr algo, una cuadra no debe hacer la diferencia”. Esto es lo más. Porque puedes encontrar un obstáculo, pero no por eso usarlo de excusa para no perseguir lo que quieres. A veces no vemos una meta clara, pero no por eso debemos permitir que eso nos abrume y nos impida llegar a un objetivo. Sin olvidar que debe ser un objetivo posible, sin soñar más allá del sol.
Lo último, último que diré: aún así, prefiero las naranjas.

miércoles, 2 de agosto de 2017

Tomar el control.

Tomar el control implica no escribir una entrada dos días después del plazo. Pero algo de descontrol hubo, a pesar del control que quiero tener.
La rutina que empezó con listas hace casi quince años (sí, digámoslo, ha pasado tanto tiempo), parece concretarse con el tiempo. No sé si más sabia, pero más resuelta, más decidida a tomar el control, que las cosas sucedan y sucedan cuando yo quiera.
Hay traspiés (como éste), pero no por eso desmotivación. Eso es lo importante. Con los años también se aprende que las expectativas son una parte muy absurda de la realidad, pero que finalmente la capacidad de manejarlas es lo que da la victoria.
También lo dije, estoy dispuesta a tropezar, derechamente, y caerme. Porque no hay que temerle a fallar, sino a no ser capaz de continuar después de eso.
Juro solemnemente que la próxima entrada será en agosto.

viernes, 23 de junio de 2017

Lo perdido.

Hay distintas formas de aproximarse a la vida. Yo vivo con la certeza de que las oportunidades son únicas y hay que aprovecharlas, con la certeza de que cada decisión es una bifurcación sin vuelta atrás. Vivo sin arrepentimiento sobre estas decisiones u oportunidades perdidas, porque soy fiel a la persona que fui cuando las valoré. Aunque haya estado equivocada, di lo mejor; lo mejor de mí en ese momento.
Sin embargo, me lamento de algunas pérdidas, porque también se aprende de eso. Sin arrepentirme, porque lo que se pierde, también queda y, a veces, el recuerdo es suficiente. Es una forma de conformarse también, porque no podemos exagerar respecto a la importancia de algunas personas, hechos, objetos.
Perdí recientemente un libro. En realidad fue hace meses, pero recientemente tuve consciencia de que lo perdí y no regresará. Esta consciencia primero abruma; en la desesperación pensé que podía recuperarlo o una parte de él. Pero mi memoria falla, con la certeza de que todo está disponible en algún lugar -maldita internet-, por lo que no recuerdo título ni autor. No es un libro famoso, no es un autor relevante; se pierde en los millones de resultados de un buscador -insatisfactorio- de internet. Con un criterio insulso por lo demás, porque la memoria falla.
Esto es como los vicios, luego viene aceptarlo. Aceptar que lo perdido no regresará y que hay que seguir, pero no lamentarse. Entonces decido vivir con lo perdido, con su recuerdo, con lo bueno de su recuerdo, porque esa es la magia de la memoria: le da énfasis a lo bueno. Incluso, si no lo hubiera perdido, hasta sería menos bueno, menos importante. No escribiría estas letras para hablar de lo perdido. Si no lo hubiera perdido, tal vez no me atrevería a decir: es el mejor libro que leí. Porque ya perdido, ¿cómo verificarlo? Pero su recuerdo me dice que fue el mejor libro que leí y me quedo con eso. ¿Por qué dudarlo?

miércoles, 31 de mayo de 2017

Ser o no ser.

A veces eres a la imagen y semejanza, no de lo que tú crees de ti, sino de lo que te dicen que eres.
Me han dicho aspectos negativos y positivos y me he vuelto positiva y negativa, según corresponda.
Muchas veces me llamaron “solitaria” de chica y era eso. Me dijeron “te gusta leer” y me gustaba leer. Me dijeron “te gusta la música” y soñaba que escribía una canción. La fuerza de la palabra, más allá del propio conocimiento.
Hay un poco de cierto en eso, lo que somos que no queremos ver que somos, pero también lo que somos para cumplir la expectativa de lo que otros quieren que seamos. Si es algo positivo, ¿cuál es el daño? En cambio, si es algo negativo o mal visto,... bueno, al menos estamos cumpliendo la expectativa.
Finalmente, la autenticidad no parece tan fácil.

lunes, 1 de mayo de 2017

No quiero tener un millón de amigos.

Todos los años, en año nuevo, recibo diversos saludos. No por su contenido, sino por su origen: la fuente. Me enorgullezco de las múltiples actividades que he realizado, pero no de la permanencia en ellas, porque no existe. Así, he generado múltiples vínculos. Si tuviera que hacer una lista de todas las caras y momentos que hay en mis recuerdos, no sé si podría con tantos nombres. No los recuerdo todos; algunos quisiera, otros no. También para algunos estoy en la lista de “quisiera”, para otros estoy en la lista de “no”. En algunos casos, muy pocos, esas caras y momentos han perdurado, por eso recibo diversos saludos. Estas son fuentes permanentes, sin listas por hacer; recuerdo nombres, caras y momentos. Aún así, en mis año nuevo, no hay iniciativa. No voy yo de ventana en ventana, de llamada en llamada, de muro en muro, dejando saludos. Replico, porque es lo correcto por hacer, pero es una corrección aprendida. No viene naturalmente una intención de saludo, porque yo no quiero tener un millón de amigos. ¿Razones? Creo que lo principal es el tiempo invertido y lo secundario, la forma de relacionarme. El tiempo, porque dar atención a tantas personas todo el tiempo, sería agotador. Mi cariño es completo, si me preocupo por alguien quiero estar en todo aspecto, ¡aunque las distancias son las mismas! Entonces no puedo, no quiero estar a medias marchas, no quiero darte un cuarto de tiempo, cuando me necesitas a tiempo completo. Hay excepciones -dos o tres excepciones, tres o cuatro excepciones-, donde podemos querernos en espacio de tiempo. Pero no es lo ideal, porque así no estamos en las duras y las maduras; estamos en un limbo que va desde un estado a otro, que no alcanza a ser nada, un espacio desabrido, sin dulce ni amargo. Esto es lo secundario, es decir, esta no es la forma en que me gusta relacionarme. Si sabré sólo un cuarto de tu dolor, si podré sólo acompañarte en tus mejores momentos un tercio de las veces, si de los momentos cruciales sólo seré testigo un octavo del tiempo, si vivirás al máximo sesenta años y yo sólo veré dos meses, no quiero tener un millón de amigos.
Me conformo con dos o tres, me conformo con tres o cuatro.

jueves, 30 de marzo de 2017

Hoy ignoré un accidente de tránsito...

La desdicha es fácil de leer. Por alguna razón nos deleitamos en la miseria del prójimo. Por eso le va bien a los diarios y por eso dejé de leerlos, hace años. Tal vez por lo mismo prefiero la fantasía o la ciencia ficción. No el morbo de la tortura, no el morbo de las violaciones, de los secuestros, de las dictaduras; no el morbo de un accidente de tránsito. Por eso y porque pienso no vale la pena sufrir por algo que no me daña directamente.
Pero no quiero ser sólo ignorante, quiero un cambio. No quiero sólo no leerlo, quiero que no ocurra. ¿Alguien más tendrá esa fantasía en su mente? Un mundo como el de las portadas de las revistas de los testigos de Jehová, un mundo sin morbo. Puede ser, pero, ¿qué hago para acercarme a ese mundo? Alejo el morbo de mi realidad, pero es sólo una pantalla, una burbuja que puede explotar en cualquier momento. No estoy fuera de eso, no estoy construyendo nada.
La desdicha es fácil de leer. Es fácil de ignorar también.
Ninguna de las anteriores genera menos desdicha.

miércoles, 1 de marzo de 2017

Miedo.

Un poco tarde. Pero si he de admitir todas las culpas, debo decir que el miedo es una de ellas, tal vez la más. Cuando eres pequeño y tienes hermanos mayores que te atormentan, conoces lo que es el miedo. Entonces me obligaba a caminar de noche por el campo (distancias cortas), para superarlo, para saber que no hay nada más que la imaginación. Las ramas de los árboles chocaban entre ellas a gran altura, pero debía saber: sólo era eso. Los pájaros nocturnos cantaban sus características melodías, pero debía saber: sólo era eso. No hay brujos, no hay “hombre del saco”. Luego vinieron los extraterrestres. No hay eso tampoco.
Aunque en ese tiempo creía en un ser superior, así que podía caminar en la noche y rezar. Luego dejé de creer, pero me reconocí no perdiendo el miedo. Un tiempo hasta los ángeles me asustaban, después les tomé cariño.
Pero el miedo se mantiene, no lo he perdido, debo admitirlo. Miedo a entes invisibles que rondan en los rincones oscuros de mi casa, que, cuando dejo que me domine, me saludan.

I seen the demons but they didn't make a sound, they tried to reach me but I lay upon the ground... (Squares, The Beta Band).

miércoles, 25 de enero de 2017

Expectativa-Realidad

Hay dos caras de una moneda en el tiempo: lo que esperas y lo que ocurrirá. He aprendido que, imaginar lo que espero que pase, me permite descartar opciones de lo que realmente pasará. A saber: si imagino dos o tres resultados para una acción, es altamente probable que ocurra un tercer o cuarto resultado que no imaginé.
Esto, he aprendido, puede tener su lado positivo. A saber: imagino resultados no totalmente satisfactorios, con el fin de no tropezarme tanto cuando no resulte lo que espero. Además esto deja la opción de que el mejor resultado esté dentro de los que no imaginé, lo que -teóricamente- aumenta la oportunidad de que ocurra.
Se le llama: bajar las expectativas. Bajar las expectativas para que se parezcan un poco más a la realidad y al final, si ocurre el mejor resultado, ese que no esperamos -¡quién sabe!-, nos llevamos una agradable sorpresa. Si no, al menos nuestra baja expectativa nos permitirá llevarlo de mejor forma.
Todos ganan.