lunes, 9 de abril de 2018

Aire a Parra...

La lluvia no fue una excusa
para que te fueras.
Y ya que estamos,
tampoco te hizo volver.

(Por marzo).

Sin identidad de género.

Esta historia ya se contó y de la misma forma; pero nunca la leí, porque mi corta vida no alcanzó para leer todo lo que se ha escrito.
La descripción del entorno será trivial, así que pasaremos de esa parte, al diálogo:
- ¿Te gustan las manzanas? - le dijo.
- De preferencia después de la comida - respondió.
Luego se abrazaron, porque parecía lo lógico en ese contexto (que no describiremos, para evitar lo trivial), sin exceso de amor, casi amistosamente.
Se separaron. Pasaron cinco minutos y comenta:
- La comida está en su punto.
- Le falta sal, pero me conformo.
Después de media hora, caminan unos minutos, y luego suben dos tramos de escalera. No toman precauciones y entonces, en la habitación, se entregan al amor. No sabemos cómo, pero sabemos que están ahí.
Al día siguiente, la despedida roba un beso, a escondidas. La puerta se abre, luego, para cerrarse por el resto del día.
Aquí termina la historia.

(Por febrero).

miércoles, 31 de enero de 2018

No hay reflexión.

- Alguna vez pensé que lo correcto era escribir una historia llena de diálogos - le dije.
- ¿Por qué? - preguntó.
- En ese tiempo, más que nada, porque me parecía aburrido leer lo que los autores suelen contar entre medio.
- Pero, ¿de qué sería una historia sólo de diálogos, sin el contexto?
- No sé. Ya pensaré en algo.

sábado, 6 de enero de 2018

Trofeos.

Me llevé tu manzana, Ryuk. Pero no la comí, la dejé en mi ventana y ahí está, intacta. No ha cambiado su apariencia.
Robar es placentero. Lo he notado en varios actos de vandalismo que he cometido, los cuales no juzgo, de los cuales no me arrepiento. Robar información personal, preguntándotelo, pero sin que sepas que es un robo, es reconfortante. Por casualidad las cámaras en la calle cruzan los ojos de los transeúntes y, en una milésima de segundo, puedes robar información, un momento. Si corres tras él, puedes tener más. Y perder diez mil pesos de paso. Eso lo sé.
Pero hay otros robos, menos placenteros. Robos sin diversión, sólo por el orgullo de guardar un trofeo. Los almaceno, uno tras otro. Finjo que me importan, pero no, sólo importa el orgullo, importo yo. Sentirme rodeada de victorias (que no son tal), completa el ego. Pasaron años para darme cuenta de esto y ahora, que lo verbalizo, ¿qué? Acepto que tengo vicios, el primer paso, ¿cuál era el siguiente?

(Por diciembre).

Superstición.

Desde que dejé de considerar a dios como parte de mi vida, pensé que podía alejarme de varios vicios mundanos, como confiar en la suerte y en la superstición. Lo mismo, no preguntarme sobre el zodiaco, el efecto de los astros, el tarot. Sin embargo, me observo y veo que tengo algunos de estos vicios. A saber: siempre he querido sacarme el tarot, aunque nunca lo he hecho; alguna vez (escribí de ello acá mismo), un libro que leí me dejó una fuerte impresión respecto al efecto que el sol puede hacer sobre las personas; me gusta leer mi horóscopo, siempre y cuando sea de una fecha anterior, ya que, a veces, encuentro buenos consejos en ello.
Esto es una parte.
El resto habla de pequeñas supersticiones. Como sentir que las personas me acompañan cuando uso algo que me regalaron -y, por eso, haber dejado de usar tantas cosas-; caminar bajo las escaleras, pero temer, en cierta forma, romper un espejo; adorar los martes trece y días trece, en general; haber caminado, muchas veces, antes y después de salir de la U, por el escudo prohibido. Algunas son antisupersticiones. Pero, finalmente, me reconozco: algo de ese mundo etéreo me queda.

(Por noviembre).