Antuco, 31 julio 2010. |
Cuando vi esta imagen el 31 de julio pensé en el terremoto y en escribir esta entrada. Me pregunté cómo es posible que nuestro conocimiento de causa nos golpée, nos agobie y nos atormente tanto.
Esta señal es una advertencia, en un absoluto tono de "si usted está en su sano juicio no pase por aquí"; pero aún así pasamos y ni siquiera nos preocupa mirar hacia los posibles peñascos que podrían caernos encima. Porque, además, ¿quién creería que podría arrancar de una roca en caída libre si cayera? Para empezar sería necesario caminar mirando al cielo para verlas venir, asunto bastante inútil si no quieres tropezar en el intento. Además siempre está la baja probabilidad de que ocurra y que si te cae un roca encima prácticamente tienes la peor suerte del mundo. Por lo tanto asumamos que pasamos -que pasaremos siempre- y que no pensamos ni tenemos modo alguno de evitar ser aplastados por una roca antojadiza que quisiera caernos encima mientras lo hacemos. Entonces el aviso se torna del todo inútil. Pero debe estar ahí, porque si en último caso una roca te mata, nadie podrá alegar contra el constructor del camino y él sólo dirá en tono casi de reproche burlesco: "te lo advertí".
Esta forma de ver este letrero con todo su asunto me llevó al terremoto. ¿Quién podría creer que es posible arrancar de un hecho de tal magnitud cuando ocurre? Siempre sabiendo que puede ocurrir. Aunque, por su infrecuencia, logremos acostumbrarnos al estado en que la tierra no se mueve y sepamos que la probabilidad de que esto cambie es baja. Pero existe. Aunque nadie quiere andar contando calamidades ni viviéndolas ni menos aún pensando en algo así todo el día, porque seríamos un país de histéricos. Entonces ignoramos ese conocimiento.
Bien visto tampoco los terremotos tienen una rama en la predicción -porque, insisto, nadie quiere preveer calamidades, a menos que quiera vender a costa de la histeria colectiva o que tenga una prueba irrefutable-; en contra de lo que malamente hace el pronóstico del tiempo -considerando que la gente no muere, en principio, por una lluvia mal anunciada-, nadie se arriesga a "malamente" entregar un pronóstico de terremotos.
Por lo tanto, hay bajas probabilidades y cero opción de verlo venir, por lo que pensamos: "debes tener muy mala suerte para que esto te ocurra". Así que nuevamente ignoramos la advertencia volviéndola inútil.
Sin embargo ocurre, ocurrió y ocurrirá. Porque aunque nos esforcemos en olvidar la base de la historia, somos un país sísmico que debe moverse fuerte cada cierta cantidad de años. En este punto, tal vez, nuestra advertencia se pierde en el tiempo y nuestro "constructor" no puede claramente decir "se los advertí" porque el letrero, aunque no lo leyéramos, no está comúnmente distribuido alrededor nuestro.
Pero siempre lo sabemos; recuérdelo, archívelo, transmítalo, no permita que se olvide: Chile es un país sísmico. Tome los resguardos del caso.
Antes de que pasara siempre supimos, todos supimos que esto iba a ocurrir en algún momento. Sin embargo, tal como a la advertencia, nadie lo toma en cuenta. Yo al menos nunca me preocupé realmente de que algo así pasara, más que nada porque nunca supe cómo se iba a sentir. Creo que sólo al que le ha caído una roca encima (si es que vivió para contarlo) le preocupa tener más cuidado con una próxima vez.
ResponderEliminarYo me conformaba con saber que mi casa aguantó el terremoto del 60; me sentía segura con eso. Sin embargo, nunca me pregunté "y si esta vez no resiste?" Cosa que ahora sí me pregunto. Aguantará un tercer terremoto? Sobreviviremos al siguiente? Nos caerá una roca la próxima vez que pasemos por ese camino?
No hay forma de saberlo, pero sí podemos estar preparados. O al menos tener la ilusión de que lo estamos.
Un abrazo.