De vuelta al dilema de siempre.
Cuando tomé la decisión, firme y resuelta, de seguir este camino en la vida, supe, con la misma convicción, lo totalmente alejada que estaba de lo que realmente quería. Lo supe y aún así creí que era una buena opción.
No arrepentirse es parte de mis -buenos, tal vez- modales. Por eso me aferro a lo que hago y no rompo en llanto cada vez que miro sobre mis pasos con el peso del imán gigante que me arrastra a seguir el camino correcto.
De esto nacen bifurcaciones, trifurcaciones y milfurcaciones. Si quisiera todas serían la buena opción. Porque postergué la decisión que ahora, siento, vuelve a presentarse: ¿Qué haré con mi vida? Porque siempre pensé que podía hacer todo lo que quisiera y ahora, con el conocimiento que arrastro, aún lo creo.
Por un lado un grito claro me llama a retomar lo que siempre quise. El imán, que cada vez se hace más pesado, me arrastra lentamente. Pero, ¿podría hacer una línea de todos mis caminos y realizarme en lo que postergué más todo lo que aprendí? Porque me niego -y esta idea igual es firme- a rechazar sin vacilación todo lo que he aprendido. Me niego, aún cuando pueda decirlo, a condenar seis años de mi vida como perdidos, olvidados y malgastados. Aunque también es tentador hacerlo; aunque decirlo y finalmente llevarlo a cabo, sería triste.
Entonces, ¿condené mi vida a este conocimiento que deberé (por consciencia) emplear en contra de todo lo que planeé antes, en contra de todo lo que siempre quise?
Ya me condené una vez. No quiero volver a estar equivocada. Pero es complejo separar, ahora, en qué punto me estaría equivocando. ¿En abandonar lo que sé o en ya no retomar lo que quise?
Tampoco puedo ser tan dramática. Siempre pensé que sí o sí debía realizarme como profesional de lo que insatisfactoriamente estudié, para tener dinero y poder sobrevivir sola. Pero luego de todo (cuando sea), me siento agotada (me sentiré agotada) y, ¿realmente querré, anhelaré y soñaré con seguir por este camino?
Por eso vuelvo a mi idea de buscar un punto de unión, para no perder mi conocimiento y tampoco deber retrasar lo que siempre he soñado.
Insisto, casi podría ser, pero no aplica el arrepentimiento.
Tal vez todo este intento de reclamo no es más que el cansancio y agotamiento del exceso de trabajo. Porque no ha sido normal, me siento casi explotada; sin culpar a nadie, porque todo es un deber autoimpuesto.
He perdido sentimientos en este año. Terremoto, mineros, mundial. Cosas que pasan y que no cobran importancia en mi actual existencia. O tal vez no serían tampoco importantes si no fueran la excusa perfecta para acusar mi actual estado de extrema utilidad.
Ya lo había dicho por ahí: anhelaría ser mucho más ineficiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario